Intro


Hoy es el día. Llevas tiempo pensando en ello, adelantando, con toda la información que has podido encontrar, la experiencia en tu mente, intentando anticipar las sensaciones, las emociones, los más delicados sabores que podrás percibir.

Ya estás muy cerca del “Lugar”, estudias el edificio que lo alberga, tomas un poco de tiempo para paladear el momento antes de traspasar el umbral, luego contemplas la escenografía y te dispones a irrumpir en tu nueva experiencia gustatoria. Una experiencia gustatoria que ya empezó cuando elegiste el “Lugar” y que te acompañará durante un tiempo, quizás el resto de tu vida.

Desde hace ya algunos años el fenómeno gastronómico ha adquirido una importancia cada vez mayor hasta llegar a encumbrar la figura del cocinero en las cimas más altas del star system hasta ahora reservada para actores, cantantes y futbolistas.

Sin embargo, aunque por regla general cuando conversamos con amigos y conocidos sobre una vivencia gastronómica nos referimos a fastuosas cenas en lujosos enclaves, este paulatino crecimiento del interés hacia la imagen de los cocineros nos ha traído un ramillete de temáticas asociadas a ella, como por ejemplo la calidad del producto (aunque en mi opinión se está enfatizando demasiado la estampa del “restaurante de producto”, como si fuera posible crear algo con propiedades organolépticas sublimes si el producto es de ínfima calidad) y su trazabilidad, o cuestiones relativas al origen de ciertos platos objeto de estudio de la antropología gastronómica.

Asimismo la experiencia gustatoria ha desarrollado múltiples narrativas hasta ahora desconocidas, o por lo menos poco definidas e investigadas, como por ejemplo el fenómeno del “street food”, los restaurantes “pop-up”, la creación de conceptos como el “edible art” o modalidades más propias de una discoteca como la figura del cocinero invitado versus cocinero residente.

Todo este racimo de eventos culinarios (y muchos más sin nombrar) asociados a unos productos de calidad conforma el “corpus experiencial gastronómico” y se hace patente que las prácticas gustatorias han empezado a enmarañarse dejando al incauto usuario desorientado. Con el paso del tiempo es evidente que la experiencia gastronómica no se reduce sólo al restaurante de más o menos postín sino que se estructura y articula a partir de vivencias dispares y heterogéneas, contradictorias y complementarias a la vez (no es lo mismo tomar media docena de ostras en la bahía de Arcachón que cuatro gambas resudadas en un tascorro de mala muerte), que constituirán en último término la cadencia de cada individuo, necesaria para desarrollar su propio corpus experiencial gastronómico. Corpus que para poder crecer precisa de todo tipo de catas (sublimes, buenas, regulares, malas y abominables) para lograr dilatar su percepción hasta la madurez y veteranía gastronómica.

Es comprensible que gracias a la gradual atención puesta sobre los cocineros y la gastronomía en general se haya ampliado el abanico de prácticas gastronómicas y quizás esta atención, este incesante interés, es lo que ha proporcionado a los chefs un extraordinario grado de libertad para concebir su propio universo gastronómico. 

Universos que no sólo se componen de productos y técnicas sino que aglutinan en su interior cuantiosos elementos forzados a interactuar para terminar armonizados en un bocado, un plato o un menú degustación.

Para conocer el universo gastronómico de un chef, para intentar entenderlo y hacerlo nuestro tenemos que zambullirnos en él, analizar los elementos que lo constituyen, emprender un viaje, nuestro viaje iniciático, y es evidente que gracias a esta atención el foco de nuestro interés se amplía, no se centra sólo y únicamente en el producto gastronómico sino que se irradia hacia detalles que hasta ahora parecían menos relevantes.

Aunque creemos que una catalogación, una taxonomía de la experiencia gastronómica, es extremadamente importante, no es el objeto de este trabajo. Sin embargo no podemos dejar de reparar en algunos cuerpos de estos universos.

Como hemos insinuado anteriormente, la experiencia gustatoria nace en el mismo momento en que consideramos ir a comer: la elección del sitio junto a los compañeros de la velada, la búsqueda de información sobre lo que podrás encontrar y la posterior reserva, en pocas palabras, la disposición del comensal al disfrute es uno de los ingredientes capitales de la experiencia, conjuntamente con el entorno paisajístico, el decorado interior o a la vajilla para presentar las creaciones.

Hasta hace poco, estos elementos accesorios, como el entorno, el decorado o la vajilla eran considerados sólo en función de la exhibición de la opulencia y la inalcanzabilidad de la experiencia. Sin embargo, es ahora cuando todos estos detalles pierden esta aura de lujo del que gozaban antaño para centrarse en proporcionar su parte de utilidad en este relato, esta amalgama que es la performance gustatoria.

OpenKitchen quiere acometer la tarea de desentrañar la caótica madeja que es la experiencia gustatoria, pero conscientes de que el desempeño de este cometido puede resultar titánico creemos que la opción más lógica es la de compartimentar el trabajo y por ello y gracias a la cómplice colaboración de 48h Open House Barcelona y GulaLab hemos decidido emprender un estudio sobre los restaurantes reparando en su ámbito más físico, palpable, tangible: la arquitectura del restaurante y su decoración de interiores/exteriores.

OpenKitchen se propone diagnosticar el influjo que logra atesorar un emplazamiento y su escenario en el trance de una cata, de una vivencia gastronómica. Cómo un decorado puede modificar nuestra receptividad hacia una degustación. Cómo un espacio posee el vigor de hacernos partícipes, cómplices de este espectáculo que es un menú degustación.

El menú degustación de esta manera se transforma en una acción performativa, una representación teatral, una suite musical cuyo lugar de desarrollo es el restaurante.

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